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10 décembre 2006 7 10 /12 /décembre /2006 01:38
            Cuando le comunicaron que sería el nuevo Sultán, Bayaceto I (nacido 1360) demostró que en su reinado sería todo una ternura, su primera orden fue asesinar a su hermano, Yakub, con una cuerda de arco. Las dinastías turco-mongolas no tenían el derecho del hijo primogénito, así que su brutal acto sentaría un precedente en como evitarse disputas por el trono. Transcurría el año 1389 d.C., el poder turco se había extendido por el Asia Menor, rodeaba al milenario, y debilitado, Imperio Romano de Oriente, limitado a unos pequeños territorios y su capital, Constantinopla.
            Al igual que el resto de la nobleza de la época, soldado desde pequeño, Bayaceto había nacido con un arco al lado de su cuna, cuando aprendió a caminar lo pusieron en una silla de montar y probablemente desde que dijera sus primeras palabras le enseñaron a manejar la espada.
            En la batalla que murió su padre, Murad I, la de Kosovo (1389), fue derrotado el ejército serbio. El príncipe Estefano, uno de los nobles que Bayaceto dejó con vida, llegó a un acuerdo con el nuevo Sultán, y Serbia se convirtió en un estado vasallo independiente. El Sultán también obtuvo una princesa como esposa, la hija del Príncipe Lázaro.
            En estos años, el poder Otomano todavía no estaba consolidado sobre las muchas tribus turcas, ellos sólo eran una más, y el más poderoso de los clanes turcos que ocupaban Asia Menor. El sobrenombre de Bayaceto era ‘el rayo’, por la velocidad con que movía su ejército, y con la voluntad que atacaba, hablamos de un líder belicoso, falto de paciencia, ambicioso y seguro de si mismo hasta la ceguera. Con los serbios derrotados rápidamente, el Sultán se dirigió al Asia Menor, donde venció a Sarukan, a los Mentese, y convirtió en vasallos a los Aydin. Fracasó bajo los muros de Esmirna, en manos de los Caballeros Hospitalarios.
            Pero en estos tiempos el palacio era un pasatiempo entre batallas, con un agradable harem que lo acompañaba en sus campañas, sin televisión y sin no-agresivas vocaciones creativas, Bayaceto, el rayo, sólo tenía una ocupación, la guerra. Si bien en la edad media esta palabra, ‘guerra’, no significaba noticia de todos los días, sí quería decir que el Sultán invertía su tiempo en preparar la campaña para esa gran batalla; o temporada de éstas, que definía al vencedor. El tiempo del Sultán en Asia Menor significó ataques a todos los principados turcos que renegaban de la autoridad Otomana, suprema en la zona. Así, atacó también a Karamania y su capital, Konia, además de Kayseri y Sivas, en otros principados. Mas no todos los gobernantes de esos pequeños reinos estaban muertos, y los que pudieron huyeron a guarecerse en lugares más amigables, esperando el momento propicio. A diferencia de su padre, que no sólo fue un buen soldado, sino también un político, Bayaceto no se preocupó por consolidar sus conquistas en la región, era el más fuerte y eso parecía ser siempre suficiente para él.
            El Sultán Otomano era un musulmán heterodoxo, tomaba la religión con aquella libertad que sólo permite el poder absoluto, bebía alcohol y acometía todo tipo de placeres con muchachos y mujeres en su harem, y a veces tenía períodos de retiro, en una pequeña cámara sobre una mezquita, donde aprovechaba para conversar con sus teólogos.
            Con Asia Menor pacificada a punta de espada, Bayaceto pudo girar la cabeza y retornar a Europa, donde ya se había encargado de provocar al rey húngaro, Segismundo, con incursiones e interferencias con sus reinos vasallos, los búlgaros y los valacos. El Rey húngaro invadió Nicopolis, para hacer valer sus derechos, debió retroceder cuando los otomanos buscaron hacer lo propio. De paso, ya que estaban ahí, los turcos ejecutaron al gobernante búlgaro, y se anexionaron el país. Ningún poder sobre la tierra parecía ser capaz de contener la ambición de ‘el rayo’.
            En 1391, el Emperador Romano de Oriente, Juan V Paleólogo, murió. La corona le pertenecía a su heredero, Manuel, huésped/rehén en la corte de Bayaceto, quien debió escapar de su anfitrión para tomar posesión de su trono. La situación entre los turcos y los Romanos de Oriente, estado vasallo del Sultán, estaban tirantes, ya que cada vez más, a medida que el poder otomano crecía, sus exigencias también lo hacían. Bayaceto, con una muestra de fuerza, saqueando y esclavizando pueblos griegos cercanos a Constantinopla, logró obtener mayores concesiones del Emperador Manuel II (título que cada vez sonaba más irónico). Mientras el Sultán humillaba al Emperador, el Rey Segismundo de Hungría, comenzó a pedir apoyo a los poderes cristianos europeos. Europa occidental, que estaba profundamente dividida, pero disfrutando de un momento de paz, envío un contingente apreciable de caballeros, mercenarios y grupos de apoyo. Venían de Flandes, Bohemia, Polonia, Lombardía y muchos otros reinos y principados.
            A diferencia del rey húngaro, los caballeros europeos no conocían la fuerza del turco, ni sus tácticas, sólo conocían las suyas propias y sabían que ninguna infantería podía aguantar su carga. Cuando llegó la hora de la confrontación, los caballeros no hicieron caso del consejo de Segismundo y perdieron la batalla, así como muchas de sus propias vidas. Bayaceto había jugado sus cartas con habilidad, una vez más, y emergió victorioso nuevamente (1396). El Sultán aprovechó el ejército reunido para conquistar más territorios griegos en Tesalia y la Morea. Bayaceto comenzó a tener problemas con los poderes navales de las ciudades italianas, Venecia y Génova. El Sultán sufrió algunas derrotas en el mar, mientras la sitiada ciudad de Constantinopla ya estaba lista para el toque final, casi muerta de hambre, y el emperador romano se encontraba suplicando ayuda en las cortes de los reyes occidentales, todo parecía estar listo para que el sultán otomano se libre por fin de la sombra de los romanos. Entonces, en el año 1402 debió levantar el sitio, abandonar todas sus campañas en Europa y dirigirse al Asia Menor, había surgido un ‘pequeño’ problema, se llamaba Tamerlán.
            Timur leng, el cojo de hierro, era el Kan de un reino que gobernaba Persia, parte de India, las estepas rusas y el golfo pérsico. El problema comenzó en la frontera de Asia Menor, desde donde las tropas turcas bajo el liderazgo de Solimán, hijo de Bayaceto, habían comenzado a agredir e invadir territorios propiedad de vasallos de Tamerlán. Timur inició un intercambio diplomático con el Sultán, pero la actitud de Bayaceto, casi invicto en todas sus campañas, que había derrotado a turcos, griegos, húngaros, serbios y caballeros, no aceptaba el trato de igualdad con nadie. La arrogancia del Sultán obligó a Tamerlán, Kan de Samarcanda, a marchar contra él. Confiado de que obtendría la victoria, como hasta entonces, Bayaceto se dirigió a encontrar a su enemigo sin cuidar detalles ni lealtades. Cuidadoso a pesar de tener una trayectoria de victorias similar, Tamerlán, el verdugo de nueve dinastías, maniobró su ejército de tal manera que Bayaceto debió enfrentarlo con el suyo cansado y sediento. Cuando parte de sus tropas desertaron hacia el enemigo, ya que eran de la misma etnia, turcos-mongoles de las fronteras de Asia Menor, Bayaceto debió saber, desde ese momento, que la batalla estaba perdida. El sultán luchó con arrojo y coraje, que habían caracterizado su vida, pero no pudo evitar caer prisionero después de dar una dura pelea a las tropas de Tamerlán.
            Sin importar el trato que le diese Timur desde su derrota, cualquier situación que no significase el poder absoluto sería una humillación permanente para Bayaceto. El rayo apenas vivió un año más como prisionero de Tamerlán, se rumorea que cometió suicidio.  
(Si bien utilice algunas páginas de la red para verificar un par de datos, este texto fue extraído principalmente de las páginas de “Ottoman Centuries” de LORD KINROSS, un muy buen libro sobre los sultanes otomanos).
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